El árbitro alemán Carmelo Müller dirigirá el partido de match de esta noche en Granada10. Os dejamos un estracto de su biografía para que conozcais un poco mejor a este colegiado tan particular.
Foto: Argider Aparicio
Carmelo Müller nace en Munich en 1974. Hijo de una gallega emigrada a Alemania siendo niña (no en vano el nombre de Carmelo viene de su abuelo español) y del dueño de una de las mayores cadenas de perfumerías del país teutón.
Foto: Argider Aparicio

Educado en estrictos colegios alemanes, sufre el primer trauma cuando sus padres se separan en 1986. Carmelo culpa de la separación a su padre, aficionado según fuentes malintencionadas a practicas heterosexuales poco ortodoxas. Sin embargo, Carmelo queda bajo la custodia de su padre, mientras que su hermana Franziska se traslada a Berlín con su madre. Las constantes riñas entre padre e hijo causan que este último sea internado en un colegio de Suiza donde termina el bachillerato.
Alcanzada la mayoría de edad, Carmelo se ve apremiado por su padre a estudiar Empresariales y es allí donde conoce a Astrid Libenstain, una joven de clase alta que tampoco encajaba en aquel curso para tecnócratas. Ambos jóvenes se enamoran, y tras no pocas discusiones con sus respectivos progenitores se trasladan a Berlin, dado que Astrid recibe una beca de Bellas Artes. Allí Carmelo se reencuentra con Franziska, que coquetea con movimientos neonazis intelectualoides. Carmelo disiente: "un enano con un bigote rhidículo no puede decirhme qué debo hacer, ni qué rhaza es mejorh, nadie puede, ni mucho menos, exterhminar a quién no creas bueno, entonces, ¿con quién te vas a compararh, imbesil?, además, nadie es bueno en todo, siemprhe hay alguien mejorh, siempre".
Pero cuando todo parece felicidad, Astrid le abandona por un músico checo y se traslada a Praha. Carmelo, cegado por la ira, les sigue y propina una monumental paliza al desafortunado músico. Tras un juicio del que sale absuelto gracias a las influencias de su padre, Carmelo intenta mitigar su dolor y su brutal sentimiento de culpa a base de ansiolíticos y de viajes por el mundo.
Pasa temporadas en Manchester, Soria, Formentera y finalmente Madrid. Allí conocerá el mundo del match de improvisación tras ver un espectáculo de una famosa compañía madrileña. Y es allí dónde conoce a Rogelio Izquierdo, su primer mentor en las tareas de arbitraje. Sin embargo, pronto se desmarca de la línea tabernera y valleinclaniana de Rogelio, creando su propio concepto de lo que es el árbitro: "el teatrho intenta serh la vida, y a veces lo consigue, y más si se trhata de theatrho inprhovisado, porque, ¿qué hacemos nosotrhos sino improvisarh constantemente en nuestrha puta existencia?, y siemprhe imprhovisamos contrha algo o alguien; cuanto nos ayudaría tenerh un árbithro cada día de nuestrha vida, que nos advierhta de que estamos inflingiendo las norhmas, que nos apoye cuando hacemos lo corrhecto, y sobrhe todo, que contrhadiga al público si eso es necesarhio, porhque tal vez de carha a la galerhía podemos serh los mejorhes, pero el árbitrho, sólo el arhbitrho sabe si lo somos o no". Quien quiera ver algún paralelismo religioso en estas palabras, tiene como respuesta otro galimatías de Carmelo: "soy ateo, prhofundamente, y bastante tolerhante en generhal, pero en el cuadrhilátero de la imprho hay cosas que no se pueden hacerh y ya está, yo me encarhgo de que si se hacen, rheciban su castigo corrhespondiente".
Actualmente, Carmelo reside a caballo entre Münich, Madrid y Granada, y reparte su tiempo entre la crítica de arte, feroz por lo visto, y el arbitraje de match. Aunque a él le gusta decir en broma que es contable, suponiendo que eso tenga alguna gracia. No se le conoce pareja, y cuentan de nuevo las malas lenguas que se ha reconciliado con su padre desde que se encontraron en un conocido lupanar de la ciudad alemana y descubrieron ciertas aficiones comunes.
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